XIII

La tarde pasaba lenta
disparando ráfagas de tedio
mientras escarbaba el hambre
causando violentos dolores a mis muelas.

No era una tarde violenta como todas.

Sólo estaba acompañado de mi angustia
y era presa de una sensación desconocida:
observaba cómo en perfecta formación
pasaban las mordazas
atravesando mi paz con una esquela de silencios.

Muerta la tarde
al cabo de los siglos,
el asombro continuaba haciendo lenta
la marcha de los días
y nosotros, víctimas más o menos inocentes,
chanceábamos reinas y balones
mientras aprendíamos la técnica
de convertir el tedio en dinamita.

Alquimistas de la historia éramos entonces
cuando acelerábamos el ritmo de la sangre
para luego descubrir el tiempo
continuar lenta su marcha
y entonces desistimos de la alquimia
y ya ven,
nos hemos quedado con el tedio.



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